Die besten Kurzgeschichten

Hier finden Sie eine kleine Auswahl von den besten Geschichten des III. Kurzgeschichtenwettbewerbs, der im April zum Welttag des Buches von der Fachschaft Spanisch organisiert wurde.

HERZLICHEN GLÜCKWUNSCH AN ALLE!!

Hoy toca pintar

Había una vez un padre que se llamaba Juan, su mujer Mar y su hijo Enrique.

Un día, Enrique quiso pintar su casa de azul, pero su madre no. Ella quería dejarlo como estaba, de gris y rojo. Al día siguiente, el padre tuvo la idea de pintar la casa de negro, pero Mar y Enrique no querían, no se ponían de acuerdo. Estuvieron todo el día pensando, pero no encontraban la solución.

Por la mañana, el padre encontró la solución y era pintar el cuarto de Enrique de azul, el despacho de negro y la casa por fuera de gris y rojo.

María, 3a.

 

La familia de azul

Había una vez una familia que quería pintar su casa de color, pero cada uno elegía un color diferente.

La abuela decía pintarla de rojo, la mamá de color rosa, el papá de verde y el abuelo de color violeta. ¡Todo era un desastre!

Al final Juan, el hijo, era el único que no había opinado, pero en vez de elegir un color les dijo a los demás que pintaran la casa del color que no habían elegido. Todos se quedaron pensativos y después de unos segundos aceptaron y pintaron la casa de azul.

 Jacobo, 3a.

El niño con suerte

     Érase una vez una familia muy pobre. Vivía en el monte hasta que un día la madre le dijo a su hijo que busque fruta por el bosque.

El niño, contento, se fue al bosque y buscó unas frutillas para comer… pero se encontró una cartera. La abrió y estaba llena de dinero y hasta una tarjeta de crédito. Fue rápido a por su mamá y se lo enseñó.

Se quisieron hacer una casa, tardaron años; luego ellos mismos la pintaron de azul y hasta su padre les ayudó. Terminaron y fueron una gran familia.

Sofía, 3b.

La casa mágica

     Érase una vez una familia. Su hijo siempre decía a sus padres: „Lla casa es muy sosa, ¿por qué no la pintamos? Los padres siempre decían que no, hasta que un día dijeron: “venga, vamos a pintar”.

Se compraron una brocha y juntos eligieron  el color azul. Algo raro pasaba. Cada vez que pintaban, más tarde otra vez blanco.

¡Qué raro! El niño decía que la casa era mágica y los padres creían que algún vecino lo borraba.

“Vamos a poner una cámara”, dijo la familia.

Descubrieron que era una casa mágica que quería quedarse con el color de siempre.

Sofía, 4b.

                                      El nuevo miembro de la familia         

El 8 de abril unos padres pintores tuvieron un hijo. Él es Jorge. Cuando nació sabía pintar muy bien y se hizo famoso.

Cuando cumplió 30 años se fue de casa porque quería pintar sólo.

Después de unos años pintando sólo, se volvió pobre y sus padres también. Jorge pintaba peor. Ahora pintaba en la calle para conseguir dinero pero nadie le compraba sus cuadros. No tenía nada, solo su bata de pintar y unos jeans.

Le robaron todo para pintar.

Un día encontró a sus padres. Pintaban mejor  juntos, se hicieron famosos. Jorge vivirá siempre con su familia.

Luca, 4b.

Un día para recordar

          En esta imagen vemos como un niño que conocí acaricia a mi perro que transmite alegría y tranquilidad, pero también seguridad. Estábamos en verano, pero había una brisa fresca que daba un toque de serenidad.

          Mi perro y yo íbamos caminando por el campo y vimos a un niño que parecía estar muy triste. Mi perro fue corriendo a saludarlo y enseguida el niño se puso feliz. Le pregunté que hacía allí y me respondió que estaba dando una vuelta por el campo verde, recogiendo flores por el camino para su madre. Me preguntó si le podía ayudar a llegar a su casa y le dije que no sabía dónde vivía, pero él me señalo el camino de vuelta. Tuvimos que pasar el bosque, cruzar los prados con plantaciones de trigo y, por último, cruzar el río que por suerte ya tenía un puente de madera hecho. Al cruzar vi una bonita casa, parecía ser grande, con dos plantas. La casa estaba rodeada de cultivos de zanahorias, lechugas… El niño me explicó que sus padres eran campesinos.

          Ese día nunca lo olvidaré, porque me encantó ese lugar.

Por un momento me sentí tranquilo.

Adrián, 5a.

Bosque blanco

          Un niño llamado Remi con su perro se fue a un bosque que tenía un gran agujero en el suelo.

          La hierba alta le llegaba a su hermoso pantaloncito azul cristalino. Él con su perro miraban que había abajo y encontraron otra increíble realidad. Era hermosa. Árboles blancos, hojas otoñales… Sin querer Remi se cayó al tropezarse con una roquita gris claro y su perro bajo para rescatarlo. El perro era viejo y estaba falleciendo. Remi era un niño pequeño, no podía sobrevivir allí solo, así que buscó una cura para su perro en ese bosque blanco. Remi pasó días buscando y probando hierbas, y cuando se iba a ir, a la cura le cayó una lágrima y su perro se recuperó. Él junto unas ramas y piedras afiladas para así fabricar una pala y amontonar tierra para subir y volver al mundo del que venían.

          Se dieron cuenta que el hueco se estaba cerrado y el agua estaba subiendo, entonces, intentaron salir. Subía y subía agua, y ya llegaba al cuello, y con un último esfuerzo… ¿Lograrían salir?

Denís, 5a.

Esa increíble decisión

          Uno nunca sabe lo importante que puede ser una acción para el resto de su vida y, por supuesto, yo no iba a ser la excepción.

          Era un día cualquiera y a mi yo de cinco años se lo ocurrió la idea de pasar la tarde afuera en el misterioso bosque que había al lado de mi casa. Ese día hacía calor y me vestí con unos pantalones vaqueros que me llegaba hasta las rodillas y el sombreo que me había regalado mi tía.

          De repente apareció un precioso perrito. Sin pensarlo me acerqué a él para acariciarlo. Podría haber sido un error si aquel hermoso perro hubiese sido salvaje, pero no fue el caso. Se dejó acariciar como si nos conociésemos de toda la vida. Sin duda me podría haber pasado todo el día allí junto a él.

          Después de haberle insistido a mis padres día y noche, conseguí convérselos para acoger al perro. A partir de aquel instante, aquel perrito me acompaño en los malos y buenos momentos y siempre permanecimos juntos.

          Si no hubiese salido afuera, posiblemente no hubiera conocido a ese increíble perro que siempre me saca una sonrisa. Limón.

Elena, 6b.

Un reencuentro mágico

          Érase una vez un niño llamado Carlos que vivía con su padre en una cabaña muy pequeña pero bonita, en un bosque extenso y precioso.

          Carlos tenía una perrita llamada Estrella. Aquella perrita tenía un ojo de cada color y un pelaje liso y hermoso con el que enamoraba a cualquiera que lo veía.

          Un día, Carlos y Estrella jugaban al lado de la cabaña cuando Carlos tuvo una idea ingeniosa. Construiría una casita en la que él y Estrella tendrían su refugio para cuando estuvieran tristes o se necesitaran el uno al otro. Carlos no encontraba una bandera que quería colocar en lo alto del refugio y corrió a buscarla. Cuando volvió se temía lo peor. Estrella ya no estaba. Muy desesperado y triste fue a contárselo a su padre y juntos salieron a buscarla. Buscaron por la cabaña, en el bosque, en el pueblo de al lado…pero nada, Estrella no estaba. Carlos volvió devastado a su casa y termino él solo de construir la casita. Tres días después se escuchó un fuerte ladrido que venía del pequeño refugio.

          Muy entusiasmado fue  y ahí estaba Estrella esperándole. Carlos con lágrimas en los ojos corrió hacía ella y prometió no volver a dejarla sola.

Mónica, 6b.

El bosque interminable

Un martes de 1978, la madre de Samanta, una niña que deseaba tener la edad de su madre, decidió contarle una realidad que le había sucedido a ella.

-Ven Samanta, te voy a contar algo que me sucedió cuando tenía 15 años.

Al minuto, Samanta, intrigada, se sentó junto a su madre y escuchó atentamente su historia.

“ Un día tu padre, tus abuelos y yo tuvimos la idea de hacer una excursión en bicicleta por un espeso bosque. El día era espléndido y no nos dábamos cuenta que pasaban las horas. Tus abuelos, cansados, se dieron cuenta que habían pasado seis horas y habíamos hecho solo 10 kilómetros. Parecía no tener fin , para nosotros era un bosque interminable. Decidimos volver a casa pero con la duda del porqué no tenía fin el camino del bosque”.

-Qué historia tan increíble. Pero, por qué me has contado esto.

-Lo que intento transmitirte es que la vida pasa muy rápido y que tienes que disfrutarla. Todo en la vida tiene su momento, vive el presente que ya llegará el futuro.

-Ahora lo entiendo, sé lo que quieres enseñarme, intentaré no querer ser mayor antes de tiempo, ser como tú ya llegará.

Carlota, 5b.

Un final feliz

Contaré algo extraño que pasó, extraño pero real. Morí en un accidente de coche con mi mujer.

Cuando mueres, es improbable que te reencuentres con personas que conocías. Por eso, hace mucho que no veo a mi esposa Helen. Ella era una mujer amable y cariñosa y sí, los fantasmas existen. Yo lo era y también mi mujer.

Recuerdo estar observando a mi familia llorando por mí. De repente, una mano fría y sin forma exacta, me tocó la espalda. Me giré pero no veía nada, solo oía voces desconocidas. Me quitaron lo que fuera que tuviese en la cabeza y vi a otro fantasma. Me di cuenta que en la sombra estaba Helen. De la emoción , la abracé y empezamos a llorar. Una voz empezó a hablar.

-Os preguntaréis por qué estáis aquí. No sé si lo sabéis, pero los fantasmas que no disfrutan de su descanso, sino que lo sufren, vuelven a la vida.

Los dos no quedamos sin palabras ante lo que escuchamos.

En un abrir y cerrar de ojos despertamos en un precioso bosque. Estábamos juntos de nuevo.

Nora, 6a.

¿Un simple senderismo?

Soy Benjamín, te contaré una historia apasionante que viví con mi hermano  Samuel.

Soy escalador, escalo montañas. ¿Quieres saber el porqué me hice escalador? Pues, agárrate, pero sin hacerte daño, y comencemos.

Todo comenzó cuando tenía cinco años y en un lugar maravilloso: el Everest. Es broma… estaba en mi cama, me desperté y sentí la necesidad de ir a las montañas. Se lo comenté a mi hermano pero él decía que era imposible ir porque la habitación del internado estaban cerradas.

Sí, has oído bien, por aquel entonces vivíamos en un internado.

Por suerte, Samuel tuvo una genial idea, algo loca. Propuso saltar por la ventana.

Yo accedí. ¡Madre mía, seguramente era tonto de pequeño! Pero es la verdad. Al saltar caímos al suelo como palomas tontas. No tuvimos que andar mucho para llegar a las montañas, el internado estaba cerca de ellas.

Las montañas eran espectaculares, estar en ellas era como sentirse libre de miedo.

Este hecho motivó que eligiera para mi vida hacerme escalador profesional. Esa aventura con mi hermano fue la inspiración que me hizo amar la montaña.

Paula, 6a.

Un mundo mejor

Hoy es sábado, Luca está dando un paseo en bicicleta con sus padres por un bosque. Después de unas horas, Luca se da cuenta que en el bosque no hay animales. Extrañado se lo pregunta a sus padres pero no saben qué contestarle.

De vuelta en casa, mientras preparaban la cena, escucharon en las noticias algo sorprendente: los animales en el mundo han desaparecido. Los científicos aseguraban que se habían extinguido por la contaminación.

Al día siguiente, el padre  fue a hacer la compra, se encontró con una gran manifestación, protestaban por la contaminación. La familia preocupada, comentó qué podrían hacer para parar el desastre que los humanos habían creado, no podían permitir que los animales desaparecieran de la tierra. Decidieron hacer todo lo posible para no seguir contaminando el medioambiente.

A partir de ese momento, el mundo se puso de acuerdo para no volver a coger un coche, irían caminando o en bicicleta a todos sitios. Las acciones de todas las personas contra la contaminación hicieron que el mundo empezara a recuperarse y después de un año, los animales regresaron a los bosques.

La moraleja de esta historia es que si todos hacemos algo , aunque sea pequeño, podemos cambiar el mundo, solo hay que intentarlo.

Pauline, 5b.

El Salvador

            Una niña llamada Matilde se quería ir de acampada con su familia, así que su familia decidió irse de acampada el fin de semana. Como el viaje era muy largo, tenían que ir una hora en coche. Matilde se aburría en el coche, así que despistó a sus padres porque quería llamar la atención.

            Sus padres se dieron la vuelta y le dijeron a Matilde que parase de hacer ruiditos. La madre de Matilde no miró en ese momento a donde conducía y… ¡Boom! Matilde se quedó inconsciente… Al despertarse, el coche estaba boca arriba y ella se quedó paralizada. Tras un rato, logró salir del coche y fue a ver cómo estaban sus padres… Ese momento no lo olvidó nunca más en toda su vida.

            Nadie podría ayudarla, ya que estaba en medio de la nada. Se adentró en el bosque para buscar comida. Tras caminar un largo rato, encontró una colmena en las ramas de un árbol. Decidió escalar para coger miel. “¡Ay!”, gritó. Las abejas la picaron varias veces y cayó del gran árbol. En el último segundo, un cocodrilo grande la salvó. Matilde se asustó al principio, pero luego se acostumbró a él.

            Le llamó Salvador, porque le había salvado la vida varias veces. Salvador la cuidaba todo el rato, le daba comida, hasta que aprendió a sobrevivir ella sola. Un día fue a pescar y se cayó al río. Como no sabía nadar, gritó. Salvador la escuchó e intentó salvarla. Esa vez no logró salvarse ni a sí mismo.

           Nicolás, 7a.

La ciudad perdida

Lana era una mujer trabajadora que vivía sola en una gran ciudad muy poblada y contaminada. Lana estaba muy triste. A ella no le gustaba la vida que vivía. Era triste, solitaria. Ella trabajaba durante horas atendiendo llamadas en un pequeño despacho.

Un día se levantó mucho más cansada que nunca, le pesaba todo el cuerpo, hasta los ojos. Al salir de camino al trabajo, no veía bien ni escuchaba. Entonces, se desvaneció. Lana empezó a soñar y vio a un gran reptil que le susurraba: “Búscame… Búscame”. Despertó en una sala de hospital. Los médicos le explicaron que debía irse a un lugar en el que hubiera mucho sol y tranquilidad, ya que había tenido un ataque de pánico y su depresión no había ayudado.

Lana se fue la semana siguiente hacia la casa de sus tíos que vivían en un prado verde y soleado. Ellos la fueron a recoger felices al aeropuerto. Viajaron durante varias horas por campos floridos y lagos naturales hasta llegar a una pequeña casa en medio de un prado. Lana se despidió de sus tíos después de instalarse en su habitación, ya que iba a salir a dar un paseo por el bosque. Encontró un claro cubierto de hierba brillante de rocío que parecía llamarla. En el centro, una gran roca. Sintió que debía romperla para ver qué había dentro. Allí encontró el esqueleto del reptil de sus sueños.

Lana decidió donarlo a la ciencia y se dio cuenta de que siempre había querido ser exploradora, desde niña, solo lo había olvidado. Todo el estrés la había llevado a esa vida miserable que tenía. Desde ese día vivió feliz con sus tíos. Ella sabe que ese animal muerto le salvó la vida.

Emma, 7a.

Visita al infierno

              Estoy desaprovechando el tiempo en un museo. Viendo arte, dicen ellos. Esto no son más que calcos de maravillosas obras.

El día de hoy. Pensar: provoca sueño. Mirar cuadros como “El grito” me provoca miedo. Temor. Al ir a la cafetería encuentro un espacio para mí. Música. Ambiente laboral… Satisfacción. Pido un café. Caliente como el infierno, digo yo. Instintivamente me refugio debajo de la mesa. El suelo se abre como un frágil vidrio rompiéndose. Dos manos -no, garras- me atrapan y me llevan abajo. Oscuridad. Desesperación. Al caer al suelo del subsuelo me rompo todos los huesos. Gritos. Dolor. Sangre… Rabia… Como por arte de magia mis huesos se regeneran, grito de júbilo y a continuación de rabia.

Oigo un borboteo. Columnas de magma como géiseres estallan a mi alrededor. La lava forma una espléndida armadura, un escudo y una espada. “Matar” me viene a la cabeza.

Después de eso mis recuerdos son borrosos. Pero desperté en un trono hecho de huesos. Enfrente de mí estaba la muerte, apuñalada por un mortal. La muerte perdió y alguien debe seguir su legado… El diablo ríe, Dios llora. Muertes por doquier. La locura desata locura, la muerte engendra muerte.

Jorge, 7b.

 

Matar antes que morir

              Mateo era un chico de quince años que siempre iba caminando al colegio desde su casa con su hermano de doce años, Eric.

Un día, mientras caminaban hacia el colegio, Eric se dio cuenta de que una furgoneta negra los estaba siguiendo. Eric se lo dijo a su hermano, pero Mateo no le dio importancia. Unos minutos después, los dos hermanos sintieron un gran golpe en la cabeza y ambos se desmayaron al instante. Cuando se despertaron vieron que estaban en una isla en medio del océano. Ninguno sabía cómo habían llegado ni dónde estaban. Eric y Mateo estuvieron un buen rato hablando e inspeccionando la isla hasta que encontraron una mesa con agua y un poco de pan. Después de algunos días, el hambre que tenían era insoportable y los dos hermanos asumieron que morirían en esa isla. Esa noche Mateo casi no durmió porque Eric se pasó toda la noche afilando un palo con una piedra, pero Mateo no le dijo nada, ya que eso era algo que Eric solía hacer por aburrimiento. A la mañana siguiente, cuando Mateo se levantó, vio que su hermano le estaba apuntando con una lanza y ahí es cuando Mateo entendió que la noche anterior Eric estaba haciendo una lanza para matarlo.

-¿Por qué vas a hacer esto? -preguntó Mateo.

-Lo siento, pero no quiero morir. O al menos no todavía -respondió Eric entre lágrimas.

Entonces Eric clavó la lanza a Mateo en el pecho. Mateo gritó de dolor y se desplomó al suelo.

Helena, 7b.

Detrás de su mirada

Madrid, abril de 2018. Tras haber visto la portada del periódico por la mañana, donde se mostraban las manifestaciones por los terremotos de Japón, me comunicaron que debía viajar hasta allí para cooperar con una ONG y ayudar a los afectados.

            Al día siguiente llegué a Japón. El miedo invadía mi cuerpo. La incertidumbre fluía por mis venas. Al ver una catástrofe tan abrumadora, me quedé sin aliento. Entendía por qué la gente salía a las calles para protestar a las autoridades. Las cifras de fallecidos aumentaban día a día y en los barrios más pobres la gente no tenía a dónde de ir. Al repartir la comida y la ropa, un hombre en concreto llamó mi atención. Sentado sobre un bloque de cemento, sostenía una mano que asomaba entre los escombros. Él, Shinga, me dijo que su hija ya fallecida había quedado atrapada entre los escombros hacía dos días. Mi corazón estalló en pedazos. Me confesó que perder a un hijo era lo peor que podía pasar, que un amigo suyo se había quitado la vida por ese motivo. Shinga estaba solo. “¿Por qué la vida es tan injusta?”. Él pareció leer mis pensamientos porque me dijo:

            —Beatriz, nada volverá a ser igual. Pero tenemos que saber que la vida está llena de obstáculos que hay que superar. No podemos rendirnos.

            Sus palabras me llegaron al alma. Tenía razón. En su mirada vi a una persona con miedo, pero capaz de superarlo.

            Ese momento marcó mi vida y aprendí que, como dice Nelson Mandela, “la vida no consiste en no caerse nunca, sino en levantarse siempre, cada vez que caemos”.

Beatriz, 8a.

Estoy orgullosa de ello

—Juana Álvarez.

Al escuchar mi nombre, supe que era mi turno. Me puse nerviosa porque no sabía si iba a gustar la disparidad con la que iba a presentar mi libro.

Estaba en el centro del escenario, deslumbrada por un implacable y demasiado luminoso foco. Respiré hondo y no esperé más para empezar:

—“En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, Miguel de Cervantes —me temblaba una pierna, pero continué—. Francisco de Quevedo Villegas: “Érase un hombre a una nariz pegado”. Federico García Lorca:”¡Qué les importará a ellos la fealdad!”.

Dudé si debía presentarme como todos los demás.

—“¡Fuenteovejuna, señor!”, Lope de Vega.

Vislumbré algunas sonrisas entre el público.

—Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, el camino se hace al andar”.

Ya con plena seguridad, casi grité:

—“Que toda la vida es sueño; y los sueños, sueños son”, Pedro Calderón de la Barca.

Me acerqué al borde del escenario:

—Citas de las obras de los más célebres escritores españoles. Quiero destacar que todos los nombrados han sido hombres, pero no quiero quitarles mérito. Sin embargo, ¿y las mujeres que no tuvieron voz? Seguro que miles de talentosas voces fueron apagadas.

Interrumpí mi discurso para coger un ejemplar de mi libro. Señalé la portada:

—Es una manifestación en China, fue masiva. ¡Están luchando por sus derechos! No sirve de nada quedarnos de brazos cruzados y de eso trata mi libro.

El público empezó a aplaudir calurosamente y yo no pude hacer más que sonreír.

—“Me encanta ser mujer, estoy orgullosa de ello”. ¿Quién la escribió? Juana Álvarez en su nuevo libro. Muchas gracias.

Míriam, 8a.

Todo un susto

Un sábado a las 3.37 de la madrugada me llamaron del Hospital de La Candelaria. Como siempre, estaba dormido y no pude atender la llamada. Cuando me desperté, vi la llamada y llamé. Cuando me contestaron, me dijeron que mi padre había sido intubado en el hospital. La intubación fue a causa de un infarto. Antes de que terminase de hablar, me cambié, cogí las llaves y llamé a mi amigo Emilio para ver si me podía llevar.

            Diez minutos después apareció frente a mi casa y nos fuimos directos al hospital. Cuando llegamos, agradecí a Emilio por haberme llevado y me preguntó si podía entrar a saludar a mi padre. Yo le dije que sin problema y que era como un hermano. Después procedimos a entrar y y fuimos a donde mi padre.

            Al entrar en la habitación, lo vimos dormido. Después de un tiempo mi amigo se fue y yo me quedé a solas con él. Decidí que me quedaría con mi padre hasta que despertase. Diez horas después despertó y pudimos hablar un poco. Al comprobar que estaba bien, pedí un taxi y me fui a mi casa.

César, 8b.

El niño del banco

            Las calles me consumían, todo estaba dando vueltas. Las luces, los ruidos, la gente. Mis pulmones me estaban pidiendo una inhalación profunda, mi cabeza, un descanso. Era como si me estuviera tropezando conmigo misma constantemente. Yo misma estaba en mi camino. Quería parar, mas no podía. Cuando más avanzaba, más difícil me resultaba encontrar el camino de vuelta. Retroceder, quería volver atrás.

            Sentía el frío. Al parecer, mi abrigo se había abierto. Lo cerré. Tenía los pies doloridos por llevar tacones. Creo recordar que me ofrecieron algo, pero lo rechacé amablemente.

            Cuando salí, mi pelo corto se despeinó con el viento. Me hizo gracia.

            Ya que había un taxi parado, decidí entrar. Un señor detrás de mí se puso a gritar, sigo sin entender por qué. El taxista me preguntó por mi dirección y se puso en camino.

            Conforme el coche avanzaba, yo miraba por la ventana. ¿Serían esas personas personas contentas? ¿Estaba tan confundidas como yo? En mi cabeza se creaba un mar de dudas sin respuestas.

            Una cosa me llamó especialmente la atención. Era un niño, sentado en un banco. Estaba observando algo. En el mismo banco se había sentado un anciano y le estaba contando algo. El niño dijo algo y ambos se rieron. Para ellos sí que tenía una respuesta: estaban confundidos pero contentos. Y no les importaba su confusión.

Emi Pauline, 8b.

Tu recuerdo

Llevo tres días sin dormir y mi cuerpo ya no es capaz de aguantarlo a pesar de las tazas de café de las cuales ya he perdido la cuenta. Necesito respuestas. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de Leti en la estación de tren, su cara de ilusión y su sonrisa que siempre provocaba la mía. Mis padres están en el salón hablando con un agente y desde las escaleras escucho la voz de mi madre temblar y noto la desesperación de mi padre al hablar. Al subir las escaleras veo su habitación y me tumbo en mi cama.

Mil pensamientos aparecen de golpe en mi cabeza, pero uno ocupa más que otros. ¿Por qué lo hizo? De alguna manera me siento culpable por no haber notado que la persona a la que más quiero en el mundo ya no quería seguir con su vida. No sabía que la felicidad que repartía con su presencia era completamente falsa.

Todavía no lo he asimilado. No he asimilado que nunca volveré a sentir su calor, que un día me olvidaré de su olor y que lo único que me queda de ella son recuerdos. Recuerdos que poco a poco se irán borrando de mi memoria. Quiero que todo sea mentira y poder abrazarte por última vez.

Ana, 9a.

Por fin libre

Hace poco más de diez años, una chica llamada Sara vivía en Madrid. Era la típica adolescente de dieciocho años con padres ricos que vivía en un ático súper moderno. Hasta ahí todo bien. Vamos, que por fuera parecía la familia perfecta.

En verdad, Sara era maltratada por sus padres. Todo empezó cuando ella tenía cinco años. Sara se había cogido una rabieta y su padre decidió darle un bofetón. Su madre lo vio y, en vez de detenerlo, le dijo que era lo correcto. A partir de ese día, Sara se convirtió en un método de desahogo de sus padres. Cada vez que habían tenido un mal día, decían que todo era culpa de Sara y le pegaban. A los dos años, Sara empezó a ahorrar dinero para que en cuanto se graduase se pudiese ir de Madrid y no volver a ver a sus padres.

Llegó el día de su graduación, Sara había ahorrado ya cinco mil euros. También había conseguido una beca en una universidad de París para convertirse en médico. Sara no quiso esperar más y, tras el evento en su colegio, les dijo a sus padres que iba a ir rápido a casa a coger unas cosas. Llegó a casa, metió en dos maletas todas sus pertenencias y se marchó. Tenía que coger un tren para llegar a París. Una vez ya en la estación, se giró, observó su alrededor y por primera vez en su vida se sintió libre.

Inés, 9a.

Robo en Nueva York

              Conducía a toda velocidad por las calles de Nueva York con el capo de mi querida mafia italiana tras haber atracado el banco central de la Gran Manzana. Éramos perseguidos por veinte coches blindados del Ejército, por los chinos y por los rusos.

              Bueno, comenzaré por el principio. No es por presumir, pero era el conductor de confianza de Francesco Al Capone. Lo llevaba a todas sus reuniones, por lo que he presenciado muchas conferencias entre los amos de esta gran ciudad. En la última de ellos menospreciaron a mi señor, lo que hizo que aceptar atracar el banco más importante de los Estados Unidos y repartir la fortuna entre todos.

              Tras varias semanas de preparación, llegó la hora de impresionar a todos esos creídos. Solo llegar a la puerta era prácticamente imposible. Habíamos secuestrado previamente al embajador mexicano, para usarlo como cebo y poder acceder al edificio.

              Cogí el taxi para no levantar sospechas y fuimos Al Capone, disfrazado de guardaespaldas, el embajador y yo. La entrada parece que fue bien, así que simulé irme, pero aparqué en la parte trasera. Horas después apareció Al Capone con una bolsa llena de oro y diamantes, perseguido por unos militares armados hasta los dientes. Arranqué y acto seguido me dijo Francesco que nos íbamos con el dinero y que no lo compartíamos con los demás. Pero ellos estaban en la salida del banco esperándonos. Aceleré e intenté escapar entre las calles. Los militares nos embistieron y hubo una gran explosión.

              Entre todo el escándalo conseguí escapar con el dinero. Ahora escribo esto desde Brasil, donde he venido a esconderme de la CIA.

Samuel, 9b.

Esas personitas ridículas

              -Lo lamento -susurró.

              -Gracias -le respondí.

Sin dudar, di media vuelta y me fui. Las frías garras de mi conciencia no se habían atrevido a amenazarme. Se encontraban congeladas junto a sus amigas, las que tanta ansiedad me solían provocar.

              Me fui pronto del cementerio. Desde el taxi, veía a todas personitas ridículas, que se habían vestido de negro, intentando representar su lamento. Parecían marionetas guiadas por las manos de la obligación, cumpliendo su función. Lo hacían perfectamente, pero en aquel instante no me pareció suficiente. De nuevo, el manto de la tristeza me arropó; su tejido lleno de espinas acariciaba mi piel. Su veneno se mezclaba con mi sangre hasta llegar a un corazón que latía sin ritmo. Rompiéndolo en mil pedazos. Sin embargo, aquel sentimiento era la única compañía que aceptaba. Una compañía asombrosamente acertada, ya que era la única que conseguía hacerle justicia al vacío que se había apoderado de mi alma.

              Una oscuridad intentaba esconder esos momentos, ya convertidos en recuerdos que mi mente, despiadada, aguardaba como un tesoro inalcanzable, junto a la esperanza de volver a sentir felicidad. Pero sin duda, aquella felicidad no conseguirá escapar de su jaula dorada sin haber obtenido las llaves de la muerte, ya que un día esta tocará en la puerta de mi corazón, llevándose al cielo el alma solitaria que habitaba en él.

              Y juntas bailarán cuidando desde arriba a aquellas personitas ridículas que se vestirán de negro para representar su lamento.

Sofía, 9b.

Una de las mil que nunca leerás

Recuerdo cómo nos encontramos en esta vida. Tú, desterrada de un clon del bosque, con iniciativa de trazar esta nueva vida. Yo, siendo del agua salada, sólo pude pudrir tus raíces cuando debías florecer. Anhelo nuestras noches de luna nueva en la orilla. Esperando en la oscuridad un comienzo y noches de luna llena, escondidos de prejuicios de terceros. Ambos éramos lo primero para el otro, pero sabíamos que nunca completaríamos la plenitud. Nunca conseguiríamos apreciar la plenitud del astro nocturno. Por eso, me he castigado al decidir no apreciarte más. Mi amor por ti se reduce a todas las cartas que trazaré en conchas del mar salado, aunque sé que con el tiempo mi amor aumentará por la agonía de querer apreciarte y no haberlo podido hacer.

Déjame pensarte y escribirte en conchas todo lo que podría haber dicho hasta trazar sobre todas y cada una de ellas. Sé que nunca te encontraré personalmente en donde yo puedo estar, por eso te encontraré a través de las conchas. Espero que estes sufriendo tanto como yo, porque cuando muera por ti, mi asesina, caeré al fondo del mar y amaré hasta la infinitud de la muerte el recuerdo de ti en las conchas, mi ninfa. Ya acabo esta carta, una de las mil que nunca leerás, y la soltaré, como debo soltar tu recuerdo, para en un futuro ya escrito encontrar la concha y encontrarte a ti.

Nadia, 10b.

El recuerdo del sol en mi piel

Estamos en el mes más deprimente del año, enero, ya ha pasado la navidad y todavía quedan seis meses para poder disfrutar del verano. Si cierro los ojos, me puedo imaginar uno de esos perfectos días de verano. Me despierto escuchando el sonido de las olas rompiéndose contra las rocas, el olor salado del mar colándose por mi ventana junto con las risas de mis amigos que están esperando por mí en el muelle. Me levanto y les grito desde la ventana que en cinco minutos bajo, me doy prisa y me pongo mi bikini favorito, uno azul con flores hawaianas blancas, y salgo por la puerta con un trozo de sandía, robado de mi cocina, en la boca. En ese momento la siento, la arena colándose por entre los dedos de los pies. Y, delante de mí, veo lo que me espera este verano. Un mar azul turquesa junto a unos amigos que no desearía perder. Todos ellos ya están en el agua, así que corro lo más rápido posible y, cuando estoy al final del muelle, salto. Solo tardo dos segundos en sentir la alegría, el agua salada refrescándome en un día tan caluroso. Y el recuerdo del sol en mi piel. Pero al final solo es eso, un recuerdo, pues, al abrir los ojos de nuevo, esos sentimientos, sonidos, olores y sabores se desvanecen, y vuelvo a estar a seis meses de distancia del sol en mi piel.

 

Carola, 10b.

Abrir y cerrar

           Cerrar los ojos y transportarse a un sitio tranquilo, sin ruidos, sin molestias, donde uno siente el viento sobre la piel, donde se escuchan los pájaros en la primera hora de la mañana. Ver el faro que guía a los marineros hacia casa, encendido durante varias horas de la noche, pero, en cambio, apagado durante varias horas del día. Un sitio que lo único que transmite es paz y tranquilidad, una vía de escape en la que a muchos les gustaría pasar sus mañanas, tardes y noches.

            El sentimiento de la arena que se ajusta a tu cuerpo al acostarse en ella, el pasto que te acaricia la mano, el ruido de las olas al chocarse con las duras piedras en las que se encuentra el alto y robusto faro que, de algún modo, siempre tiene una función. Abrir los ojos y volver a un sitio ajetreado con mucho ruido y demasiadas molestias para la gente que se encuentra en este, donde se escuchan desde primera hora de la mañana las máquinas que inyectan los medicamentos. Las enfermeras que van de un lado a otro y ayudan a los pacientes a hacer que estas largas horas se hagan más cortas, horas en las que muchos están apagados por el cansancio.

            El sentimiento del colchón de la camilla, los tubos que están conectados a la vía, el ruido que hacen las personas a tu alrededor con un sinfín de preguntas, tus padres que de algún modo siempre están ahí, funcionando por ti.

            Cerrar los ojos y volver a ese lugar, para poder escapar.

Paula, 11a.

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